Pistas

A veces el universo te da pistas. Por ejemplo, si con 46 años has tenido que volver a vivir a casa de tus padres porque has fracasado en todo lo que se espera de una persona emocionalmente sana y adulta, tienes que hacer caso a esa corazonada que te dice que igual hay que replantearse algunas cosas.

Ese es mi caso.

“Eres un fracasado, un inútil, un mierdas”. Estas palabras me torturan cada noche al meterme en la cama. Me las grita papá desde su habitación.

Sería fácil malinterpretarle, pero sé que es su manera de decirme que me quiere, pase lo que pase. Al menos es lo que me dice mamá y yo la creo. Al fin y al cabo duerme con mi padre y ha tenido sexo con él por lo menos tres veces, a no ser que mis dos hermanos sean adoptados.

Además oigo llorar a mamá cada noche, y por experiencia sé que la gente que llora mucho no miente.

Entiendo que puedan sentirse un poco decepcionados. Es lo que suelen hacer todos los padres. Pero yo les animo y les digo que no se lo tomen como algo personal. He decepcionado a un montón de gente. Incluso a alguna que otra empresa.

Creo que deberían sentirse orgullosos de mí. Me educaron ellos, no una manada de lobos salvajes. Pero es difícil hacérselo entender. No ven cómo alguien puede sentirse orgulloso de que su hijo sea una nulidad. Bueno, les digo, peor sería que me dedicara a atacar rebaños de ovejas por las noches. Eso sí que tiene que ser decepcionante, a no ser que tus padres estén como una regadera. Agradezco que me educaran mis padres y no los lobos. Quizá es que pusieron el listón demasiado alto y cualquier cosa les parece un fracaso. Si eso es así, seguro que me lo han inculcado y yo mismo estoy cayendo en la trampa de creer que lo he hecho todo mal.

Recuerdo un consejo que me dio papá: “No tengas hijos”. Le hice caso y no tengo hijos. ¿Y si ahora resulta que él está frustrado porque no le he dado un nieto?

Mi padre es un derrotista. No siempre fue así. Recuerdo que, siendo yo adolescente, a veces estaba de buen humor. Eso nos decían sus compañeros del banco. Cuando llegaba a casa todos notábamos que se había dejado la joie de vivre en el trabajo.

Mamá no. Mamá siempre ha estado triste. Y sospecho que, aunque lo adorne con palabras bonitas para no hacerme daño, yo tengo algo que ver. “En cuanto naciste tú empecé con la depresión. Y ya ves, hasta hoy, pero todo se arreglará”.

No quiero parecer un mal hijo, de esos que van hablando pestes de sus padres solamente por malmeter. No. Yo estoy orgulloso de ellos. A mí no me han decepcionado y coincido con ellos: soy un fracaso, como hijo, como integrante de la sociedad y como ser humano. Y no es que lo diga yo, ojo. Lo dice mi psicóloga, y lo que diga ella va a misa.

Hablando de misa. Supongo que también he decepcionado a Dios. Confieso que empecé muy a tope con él, pero luego la cosa se fue enfriando y nos acabamos distanciando, por mi culpa, supongo.

¿El hambre en el mundo? ¿Las guerras? Creo que es su manera de decirme que le he defraudado. Lo sé porque cada vez que veo en la televisión a uno de esos pobres niños desnutridos y me mira con sus ojos enormes llenos de dolor, me está diciendo: “Es culpa tuya”.

Y creo, humildemente, que uno tiene que prestar atención a esas señales, a menudo sutiles, que nos da el universo para decirnos: “Ojalá no hubieras nacido, hijo de la gran puta”.