¡Espérame en Siberia, vida mía!

—¿Y cuánto tiempo os amasteis?

—Ciento veintidós espasmos.

—¿Divididos entre…?

—Cuatro meses justos.

El anciano aristócrata sacó su estilográfica e hizo números en un márgen de «la carta». Al acabar, declaró:

—A espasmo diario.

—No, marqués. Jamás he amado con metrónomo. Además hay días en que las mujeres tenemos que prescindir de amar.

—Bueno, pero esos días son la excepción…

—…de la regla —concluyó la vedette.
 

—Enrique Jardiel Poncela, ¡Espérame en Siberia, vida mía! 1929.