Hacía tanto frío en el cuartucho que compartían el profesor y Pomeriggio que en agosto tuvieron que sacar el árbol de Navidad y echarlo a la chimenea. Cuando llegó la Navidad usaban el catalejo del profesor para contemplar el árbol de los vecinos de enfrente, a falta de uno propio, mientras cantaban villancicos en tono menor y al ritmo del castañetear de dientes.
—¡Caraduras! Dejad de mirar nuestro abeto, que lo vais a desgastar —les gritó una noche el vecino, y después corrió la cortina y a Pomeriggio y al profesor les invadió el sentimiento navideño, esto es, una tristeza enorme y muchísimas ganas de llorar.